Éxito comprobado
Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse.
Lucas 15:21-22,24
Lograr reconocimiento. Ser una persona reconocida en el mundo de hoy, es lo que constantemente usted debe hacer ¿cierto? En el trabajo, con sus amigos, e incluso en su casa; usted siempre trata de obtener la aprobación que necesita. Trata de convencer a las personas que lo rodean de que usted merece el dinero que gana, la amistad de ellas, e incluso el amor que le dan.
¿Existe alguna salida? Por supuesto que la hay: se llama gracia. La gracia es el favor y la aceptación que recibimos sin merecerlas. Y hay un sólo lugar en donde se puede encontrar: en el corazón de Dios.
No hay un mejor ejemplo de la gracia de Dios que el de la parábola del hijo pródigo. Hoy en día, pocos de nosotros podemos identificarnos con el impacto que tuvo en la vida de los primeros judíos que la oyeron cuando Jesús la contó.
Según las costumbres de aquellos tiempos, el hijo pródigo había cometido uno de los actos más despreciables. No sólo se había aprovechado de su padre y gastado la herencia en una vida desenfrenada, sino que había abandonado a la nación de Israel y había pactado con un extranjero: un criador de cerdos, y esto fue lo peor que pudo haber hecho. Según ellos, la rebelión del hijo era tan grave que lo único que le quedaba al padre por hacer era repudiarlo.
Pero esa no fue la actitud de este padre. Él recibió con los brazos abiertos a su hijo arrepentido. Le mostró gracia —favor inmerecido—, no porque el hijo la mereciera o se la hubiera ganado, sino por el amor que el padre le tenía.
La próxima vez que trate de pagarle a Dios por algo malo que haya hecho, para ganarse otra vez Su favor, recuerde la parábola del hijo pródigo. Ella le enseña que a pesar de sus pecados, su Padre celestial le ha recibido con los brazos abiertos, le ha vestido con la justicia de Cristo y le ha puesto Su anillo, y el calzado de hijo de Dios.
¿Se siente inmerecedor de recibir esas cosas? Es normal que se sienta así; pues, usted era indigno de todo ello. Sin embargo, Dios no ha basado la relación que tiene con usted en sus méritos, sino en el amor que Él le tiene y en los méritos de Cristo. No tiene que demostrarle a Dios su valor, porque para Él usted es un éxito comprobado.
