Un tiempo para olvidar
Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete.
Mateo 18:21-22
¿Recuerda cuando... ? Esas palabras se oyen a menudo durante la Navidad. Entre la familia o con amigos traemos a la memoria recuerdos agradables de navidades pasadas. Pero también nos vienen a la memoria experiencias que preferiríamos olvidar.
De repente, el dolor de algo que pasó regresa, el aguijón de las críticas negativas, la decepción de alguna promesa incumplida, el rechazo, los desacuerdos, las angustias…
¿Qué debemos hacer con esa clase de recuerdos? ¿Hemos de arrastrarlos toda de nuestra vida, junto con el resto de nuestras cargas?
No tiene que ser así, podemos deshacernos de ellos; es más, debemos hacerlo. No obstante, hay sólo una forma de hacerlo: por medio del perdón. Perdonar a otros parece algo fácil; sin embargo, muy pocos lo hacemos. Miramos el perdón como si fuera opcional, como algo que podemos aceptar o descartar. Pero la verdad es que el perdón es un requisito fundamental en la vida del creyente. Desde la perspectiva de Dios, la falta de perdón constituye una maldad. En Mateo 18, Jesús relata una parábola que ilustra las consecuencias del rencor. La parábola habla de un siervo que le debía a su señor el equivalente a millones de dólares. Cuando llegó el día en que debía pagar, el siervo dijo a su amo: «Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo» (versículo 26). Este amo se conmovió tanto que le perdonó toda la deuda.
Poco después, ese siervo buscó a un amigo que le debía el equivalente a USD$15. Al enterarse de que el amigo no podía pagarle, hizo que lo echaran en la cárcel, y no le importó los ruegos que éste le hizo.
Cuando el amo del siervo oyó lo que pasó, se indignó y dijo que era un siervo malvado, y lo entregó a los verdugos hasta que pagara todo lo que debía.
Observe el monto de la deuda que no fue perdonada: quince dólares. Las deudas pequeñas son las que por lo general nos causan más problemas: los resentimientos insignificantes entre cónyuges o entre hermanos, los rencores que no parecen importantes como para afrontarlos. Tenga cuidado, ésa es la clase de deudas de las que Satanás se vale para atormentarnos.
Jesucristo pagó una montaña de deudas por usted. Sin duda, usted puede ser generoso con las deudas de centavos que otros le deben.
Invierta tiempo con el Espíritu Santo y pídale que le muestre cualquier rencor que usted esté albergando. Luego, arrepiéntase y deshágase de ese rencor. Haga de esta Navidad no sólo un tiempo para recordar, sino también para perdonar y olvidar.
