Una noche, después de un culto de adoración, un amigo mío y yo salimos del templo. Cuando estábamos afuera, de pronto nos quedamos maravillados al contemplar la belleza que nos rodeaba. Era una de esas lindas noches de invierno completamente despejadas en las que el resplandor de la luna y de las estrellas lo dejan a uno boquiabierto. Le dije a mi amigo: “Tomás, ¡mira eso!”. Él miró hacia arriba con una de esas sonrisas inspiradas por el Espíritu Santo, y con una voz llena de ternura exclamó: “¡Mi Papito hizo eso!”.
¡Mi Papito..! Nunca olvidaré la manera en que lo expresó.
Algunos personas piensan que él no debió haber usado palabras tan informarles para dirigirse a Dios, pero se equivocan. Es bíblico dirigirse de esa manera a Dios. En el Nuevo Testamento la palabra griega para padre es abba. La traducción equivalente en español es papito. Es una palabra que significa cercanía, e implica una relación que ha sido cultivada a través del tiempo. Padre es una cosa y Papito es otra.
De niño, mi papá a veces era mi padre y en otras ocasionas se convertía en mi papito. Cuando nos íbamos a cazar patos, él era mi papi; cuando daba órdenes que quería que se obedecieran al instante, él era mi padre. Lo mismo podemos decir de Dios: Él es nuestro Padre y nuestro Papito. A veces vamos a estar hablando de algunos asuntos con Él muy seriamente; otras veces la conversación será más amena. En todo caso, una vez que usted llegue a conocerlo más íntimamente, le aseguro que deseará estar cerca de Él todo el tiempo.
Romanos 8:14-18