Cuando alguien nos hiere, nuestra reacción natural humana es la de vengarnos y esperar que Dios castigue a esa persona de alguna manera. Pero ése no es el método de Dios.
Lo comprobé cuando les robaron a unos parientes míos. Yo estaba orando y tratando de comprender la situación. Señor—empecé a decir—, ¿por qué permitiste que sucediera? ¿Por qué no golpeaste a ese ladrón en la cabeza cuando estaban robándoles?
De pronto, Dios me permitió ver con los ojos espirituales, no sólo con los ojos naturales.
Cuando lo hice, supe la respuesta a mi pregunta casi tan rápido como la había hecho: fue a causa de Su misericordia. Dios tiene mucha, mucha misericordia; no sólo para mí y mi familia, sino también para los ladrones.
Piense en eso la próxima vez que alguien le haga daño. En lugar de pedirle a Dios que golpee a esa persona en la cabeza, como yo lo pedí, considere el hecho de que es posible que la abuela de esa persona esté orando por ella para que sea salva. Deténgase y recuerde que Dios amó a esa persona tanto que murió por ella, y lo que desea es perdonarla, no castigarla.
Así que en lugar de orar en contra de esa persona, ore por ella, uniéndose en oración con la abuela (o quién sea que esté orando por ella). Pídale al Señor que tenga misericordia de su vida. Opóngase al diablo e interceda por esa persona. Ésa es la verdadera intercesión la cual dejará perplejas y en una confusión total las fuerzas de las tinieblas, y éstas no tendrán defensa alguna contra esta oración.
El Señor está buscando creyentes que se atrevan y se comprometan a ser esa clase de intercesores. Atrévase usted a ser uno de ellos. Cuando se sienta tentado a golpear a alguien, ¿por qué mejor no se atreve a transformar la vida de esa persona?
Lucas 6:27-36