El reposo de Dios. Si consideramos la vida tan agitada y atar eada que llevamos, ese reposo pareciera que es algo muy bueno, ¿cierto? Pero, ¿qué exactamente es ese reposo y cómo entramos en el?
En los capítulos tres y cuatro de Hebreos, se compara el reposo de Dios con la posesión de la Tierra Prometida por el pueblo de Israel. Esa tierra iba a ser un lugar donde todas las necesidades serían suplidas; un lugar donde serían libres de los ataques de sus enemigos; un lugar del que nadie podría sacarlos. Sólo debían entrar a la tierra y poseerla. Pero hubo algo que les impidió hacerlo: la incredulidad y la desobediencia.
Como creyentes, nosotros también tenemos la oportunidad de entrar a una Tierra Prometida de abundancia y paz; una tierra donde podemos descansar de nuestras luchas y disfrutar de la victoria de Dios. Para entrar en ella debemos hacer lo que el pueblo de Israel no hizo: confiar en Dios y obedecer Su voz.
¿Cómo se llega a ese lugar de confianza y obediencia? Conociendo al Padre y para conocerlo necessitamos estar en comunión con Él por medio de la oración y de la Palabra: eso le traerá el reposo de Dios.
Nunca olvidaré cuando recibí esa revelación. Había estado aprendiendo los principios de la fe y esforzándome por guardarlos. En ese entonces, parecía que deshacerme de la duda y la incredulidad sería difícil. Pero, un día, empecé a enfocarme en conocer al Padre en lugar de sólo conocer acerca de Él.
Cuando lo hice, Él empezó a darse a conocer. Me dio muestras de Su corazón, de Su naturaleza y de Su amor. Cuando me mostró cuánto quería hacer por Sus hijos, mi lucha se convirtió en paz, mi duda en confianza y mi temor en obediencia firme. Entonces, pude entrar en Su reposo.
Propóngase conocer a su Padre. Dedíquese a esa tarea, procure ese conocimiento. Él tiene una Tierra Prometida de reposo que le está esperando.
Hebreos 4:1-11